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abril, viernes 19, 2024

El héroe asturiano de la aviación cubana

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Cuba y España rinden homenaje al emigrante sotobarquense Antonio Menéndez Peláez, el primer piloto que voló en solitario de la isla a España, hace ahora 75 años.
(LA NUEVA ESPAÑA)

El héroe asturiano de la aviación cubana

Cuba no lo ha olvidado. Los puentes simbólicos que conectan las dos orillas del Atlántico adquirieron un día de febrero de 1936 un sentido literal gracias a la audacia de un aviador asturiano.
Nacido en Los Veneros, parroquia de Riberas (Soto del Barco), Antonio Menéndez Peláez fue el primer piloto en volar en solitario de Cuba a España, de Camagüey a Sevilla en nueve etapas entre el 12 de enero y el 14 de febrero de hace ahora exactamente 75 años.
Considerada una de las hazañas más importantes de la aviación cubana de todos los tiempos, sus «Bodas de platino» tuvieron su acto de conmemoración el mes pasado en la sede habanera de la Federación de Asociaciones Asturianas de Cuba (FAAC) y su respuesta, ayer, en el antiguo aeródromo de Tablada (Sevilla), punto de llegada de la travesía.

Casi desapercibido en España, Menéndez Peláez (1898-1937) es uno de los héroes escondidos de la emigración asturiana, un sotobarquense de nombre oculto apodado «El águila asturiana» en algún relato de la época en Cuba. Menéndez Peláez salió de Asturias a los trece años y siguiendo los pasos de su padre se estableció en la provincia cubana de Cienfuegos, donde pronto se sintió atraído por la incipiente aeronáutica de principios de siglo, en plena «etapa romántica de la aviación mundial». Con la ayuda de un bodeguero español, estudió aviación comercial en la Lincoln School de Chicago y fundó, de vuelta en la isla, un servicio de taxi aéreo en Cienfuegos hasta que en 1933 ingresó como piloto en la Marina de Guerra cubana.

Del cuerpo armado partió el apoyo para que el intrépido asturiano, ya con ciudadanía cubana, hiciese real el sueño de cruzar el Atlántico en «vuelo respuesta» que pretendía rendir tributo a dos aviadores españoles, Barberán y Collar, que ya habían hecho el trayecto de España a Cuba en 1933. En 1935 compró un avión abandonado, un Lockheed Sirius 8A de madera forrada con tela y cabina descubierta, y lo modificó para transformarlo en monoplaza e incrementar así su capacidad de combustible. Tenía la bandera cubana pintada en el timón de cola y la Marina lo quiso bautizar como «4 de septiembre» para conmemorar la fecha del derrocamiento de Gerardo Machado como presidente de la república en 1933.

Entre el 12 de enero de 1936 en el aeropuerto civil de Camagüey y el 14 de febrero en la base aérea de Tablada (Sevilla) hubo un mes largo con nueve etapas y 12.000 kilómetros, 33 días y en total 77 horas y 40 minutos de vuelo. El salto atlántico, 3.200 kilómetros en 17 horas y 25 minutos, contando los desvíos por el mal tiempo, lo realizó entre la ciudad brasileña de Natal y la Banjul, en Gambia. Los relatos de aquel viaje, recopilados por el médico español residente en La Habana Manuel Barros, incluyeron entonces un recuento de vicisitudes, anécdotas y situaciones de peligro que incluyeron un aterrizaje de emergencia en Guyana por una avería que necesitó trece días de reparaciones en Trinidad y Tobago, una detención en Belem (Brasil) porque el piloto había olvidado el pasaporte en Guyana o una gran tormenta en medio del océano con cuatro horas de vuelo «prácticamente a ciegas y casi a ras de mar».

Al llegar a España, fue condecorado por el Gobierno de la República y recibido por su presidente, Niceto Alcalá Zamora, pero el momento más emotivo debió de ser sin duda el reencuentro que se facilitó unos días después en la casa de sus abuelos en Santa Eulalia de Riberas (Soto del Barco). Antonio Menéndez Peláez, que regresó a Cuba desde Santander a bordo del buque de la Marina española «Cristóbal Colón», fue agasajado con multitud de homenajes, ascendido a primer teniente y condecorado con la orden «Carlos Manuel de Céspedes», la más alta que otorgaba el país en aquella época. La vida marcada por un sueño en el aire terminó por necesidad en un accidente aéreo y el piloto sotobarquense murió menos de dos años después de completar su hazaña, el 29 de diciembre de 1937, a los 39 años, cuando los tres aviones de la «Escuadrilla panamericana», que mandaba el teniente Menéndez Peláez, se precipitaron a tierra en el aeropuerto colombiano de Cali.

En Cuba hay dos placas para que no se olvide la proeza del aviador asturiano, una en el aeropuerto de Camagüey y otra en Cumanayagua, la ciudad de la provincia de Cienfuegos donde el piloto residió con su esposa y que tiene además una calle a su nombre. En la conmemoración del 75 aniversario del vuelo transatlántico, en la sede de la Federación de Asociaciones Asturianas de Cuba, había representantes diplomáticos y militares, componentes de la emigración asturiana en la isla y los dos nietos del aviador asturiano, Liliam y Lisandro Menéndez, y su bisnieto, Jesús Antonio. En Sevilla se descubrió además una placa conmemorativa y se inauguró la exposición «El aguilucho cubano», con cuadros, fotos de la época y dibujos elaborados por niños cubanos sobre el histórico vuelo.

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