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abril, sábado 20, 2024

El llanto se desborda en el SAR en la despedida de Daniel, Carmen, Sebastián y Carlos

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Los compañeros de los 4 militares fallecidos rinden con emoción y lágrimas su último homenaje a las víctimas del helicóptero accidentado el 19 de marzo

Morenés entrega la medalla del mérito aeronáutico a las familias en el intento de cerrar simbólicamente un círculo de 40 espantosos días de incertidumbre y dolor

 

(TERESA CÁRDENES Blog) Las Palmas de Gran Canaria, SP, 28 de abril de 2014.- Aguantaron el llanto mientras pudieron, a ratos en posición de firmes como exigía el respeto a las víctimas y el protocolo militar. Pero las lágrimas se desbordaron este domingo entre los compañeros de los cuatro militares fallecidos en el accidente de helicóptero del pasado 19 de marzo cuando, 40 días después de que se iniciara un calvario de búsquedas y rescates fallidos, sus féretros enfilaron a hombros de sus amigos el camino de salida del hangar del 802 Escuadrón en la Base Aérea de Gando.

A sólo unos metros de distancia, con el corazón devastado hace ya muchos días, las familias de los cuatro rescatadores muertos dieron su enésima lección de dignidad: han soportado un suplicio de horas interminables enfrentándose sucesivamente al miedo, la espera, la certeza de la muerte, la incertidumbre del rescate y finalmente una angustiosa semana de pruebas forenses. Pero este domingo, ante cuatro féretros cubiertos con la bandera de España, dieron otra prueba más de templaza y serenidad al enfrentarse cara a cara con la sentencia inapelable de la muerte. Muy rotos, pero nunca solos.

Treinta y dos hombres y mujeres y cuatro ataúdes sobre sus hombros. El capitán Daniel Pena Valiño, los tenientes Carmen Ortega Cortés y Sebastián Ruiz Galván y el sargento Carlos Caramanzana Álvarez regresaron simbólicamente este domingo al hangar del SAR que tan familiar les era hasta que un fatídico accidente convirtió en una tragedia su último entrenamiento de rescate nocturno en el mar a 37 millas náuticas de Gran Canaria. Sólo la marcha fúnebre interpretada por la banda militar de la Base Aérea de Gando rompía entonces el silencio que medió entre el sonido del himno de España y la solemne entrada de los féretros hacia el altar donde Pablo Panadero, vicario general del arzobispado castrense, esperaba para oficiar el funeral.

«Venid a mí los que estáis cansados y agobiados…» Empezaba el sermón del vicario, y con él, en paralelo a su relato sobre las terribles semanas que se han sucedido después del accidente, el estallido de los primeros sollozos en los bancos reservadas para las atormentadas familias. Enfrente de los familiares, las autoridades civiles y militares, empezando por el ministro de Defensa, Pedro Morenés. Junto a las familias, como parte inequívoca del drama que ellos también han tenido que vivir estos días, un centenar largo de militares del Ejército del Aire que portaban en sus uniformes las siglas del SAR.

Los servicios de protocolo del Ministerio de Defensa y del Ejército del Aire trataron de proteger este domingo cuanto pudieron a los familiares de las cámaras de televisión y los fotógrafos, que, en paralelo a los bancos de los parientes más próximos a los fallecidos y con los miembros del SAR enmedio, apenas tenían campo de visión para tomar imágenes de los que soportaron el lado más amargo de este funeral. Nada que reprochar. Cuarenta días y cuarenta noches después de que el Súper Puma del SAR se precipitara sobre el océano y permaneciera más de un mes a 2.362 metros de profundidad, los rostros estragados por la tristeza de los familiares eran apenas la punta del iceberg del sufrimiento que les carcome con voracidad desde el 19 de marzo. Un sufrimiento que bordeó la tortura el pasado lunes, cuando la operación de rescate se truncó inesperadamente por la fractura del helicóptero durante el proceso de izado y se perdieron en el mar dos de los cuatro cadáveres. Como si el propio océano hubiera pactado con la fatalidad una perversa conjura.

De la batalla que tuvieron que dar las familias para instar al rescate de los suyos también quedó este domingo un rastro en el sermón del vicario. «Cómo no rescatar a cuatro hombres y mujeres que murieron tratando de dar lo mejor de sus vidas para salvar a otros…«, dijo el sacerdote. La frase sonó inevitablemente a reproche ante el ministro de Defensa, cuyo departamento tardó 23 días, 23 interminables días y noches de desesperación para las familias desde que se produjo el accidente, en firmar un contrato con la empresa Phoenix International Holding para activar el intento de rescate en aguas profundas. 23 días en que la madre de una de las víctimas tuvo que lanzar una carta a través de Change.org, respaldada inmediatamente por decenas de miles de firmas, para que el Gobierno impulsara una operación de rescate subacuático. 23 interminables días durante la mayor parte de los cuales aviones del Ejército del Aire y helicópteros del SAR volaron sin descanso desde el alba hasta el anochecer sobre la zona de rastreo en el vano intento de hallar un rastro de sus compañeros muertos, incluso cuando ya era una evidencia clamorosa que los medios aéreos eran solo un ejercicio de tenacidad y voluntarismo sobre el mar que se había tragado a los cuatro militares desaparecidos.

Este domingo, en primera fila, alguno de los pilotos que con más intensidad se entregaron a la búsqueda de los desaparecidos el 19 de marzo se esforzaba por contener las lágrimas. Tras él, el rostro contraído de otros muchos miembros del SAR delataba la misma amargura y así, conteniéndose como pudieron, cantaron ‘La muerte no es el final’ para Dani, para Carmen, para Sebastián, para Carlos… «Nadie volverá a trabajar como si nada hubiera pasado…», había pronosticado el vicario. Lo saben muy bien los compañeros de los militares fallecidos. Y aún mejor personas como Sebastián Ruiz, padre del teniente Sebastián Ruiz Galván, que en medio de su desgracia, nunca se cansó de repetir que durante sus largos días en la Base Aérea no dejó de sentir ni un minuto el calor de muchos compañeros de su hijo, en realidad de todo el personal de la base. Pero también el cansancio, la tensión y la desesperanza compartidos durante tantos días de inacabable angustia.

Los momentos más emotivos de los funerales se sucedieron cuando, ya finalizada la misa, compañeros de los rescatadores muertos recogieron, extendieron y doblaron las banderas de España que cubrían los féretros, mientras uno de ellos guiaba el proceso desgranando nombre a nombre, apellido a apellido, la identidad de los caídos en acto de servicio. Sobre las banderas se colocaron las gorras y sobre ellas, la medalla al mérito aeronáutico con distintivo amarillo concedida por el Gobierno de España a las cuatro víctimas del accidente. Y entonces, con la entrega de cada una de ellas a los familiares por parte del ministro Morenés, se intentó cerrar siquiera simbólicamente el desesperante círculo de dolor que se abrió el 19 de marzo.

 

Apenas unos minutos después, los restos de Daniel, Carmen, Sebastián y Carlos emprendían su último recorrido por el interior del hangar del 802 Escuadrón a hombros nuevamente de sus compañeros. La banda militar entonaba otra marcha fúnebre. Las lágrimas tanto tiempo contenidas empezaron a despeñarse ya sin barreras por los rostros de los militares del SAR, también por las mejillas de quienes portaban los ataúdes. Afuera sonaba el ronroneo de los aviones que rodaban por la pista del aeropuerto civil. En los bancos de las familias, un hombre se sentó ante el pedestal vacío donde minutos antes yacían los restos de su hijo, agachó la cabeza y sus hombros se agitaron a causa de un prolongado sollozo. «Vine a buscar a mi hijo y me lo llevo«. El hangar y sus compañeros custodiarán el recuerdo de los cuatro.

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