SAE.- Corría el mes de enero de 1923, cuando en el aeródromo de Getafe se elevaba en el aire un aerodino de alas giratorias a los mandos del piloto Alejandro Gómez Spencer.
Los apenas 180 metros que recorrió aquel Autogiro, como se denominó al aparato, abrieron las puertas a una nueva concepción del vuelo de las aeronaves más pesadas que el aire.
Su inventor, Juan de la Cierva Codorniu, ingeniero de Caminos, Canales y Puertos, fue uno de los pioneros que hicieron posible el desarrollo aeronáutico del siglo XX. Su invento, fruto de un ímprobo trabajo científico y tecnológico posicionó a España en la élite de aeronáutica internacional.
Cómo reconocimiento a su labor, Juan de la Cierva recibió en los años treinta, entre otras muchas condecoraciones, la Medalla Daniel Guggenheim, que comparte con figuras de la talla de Orville Wright, Ludwig Prandtl, Geoffrey de Havilland, Igor Sikorsky, Charles Lindbergh o Theodore von Karman.
Su prematura muerte en 1936 quebró su brillante trayectoria intelectual.
A estas alturas del siglo XXI resulta de todo innecesario reseñar la importancia del autogiro en la industria aeronáutica internacional del último siglo, y tampoco debería ser necesario hacerlo de su creador, Juan de la Cierva, cuyo reconocimiento internacional es patente en los ámbitos aeronáuticos de multitud de países, y especialmente en Reino Unido o Estados Unidos.
En España, tanto la opinión pública como las instituciones gubernamentales, encabezadas en su día por el Gobierno de la República, homenajearon a Juan de la Cierva nominando calles, plazas o centros escolares, homenajes que se mantienen hasta nuestros días y que han hecho del inventor del autogiro una de las personalidades científicas y tecnológicas más conocidas entre los españoles. Tal importancia viene remarcada desde 2001 con el Premio Nacional de Investigación que lleva su nombre.
Polemizar sobre la conveniencia de vincular su figura a infraestructuras del transporte o premios tecnológicos, pone de manifiesto un revisionismo estéril y banal que sólo se entiende desde la ignorancia y el desconocimiento de su gran aportación al saber colectivo.
Juan de la Cierva, al igual que figuras como Miguel de Cervantes, Santiago Ramón y Cajal, Alfred Nobel o Wolfgang Amadeus Mozart, deben seguir siendo una referencia social y por ello continuar nominando los premios de los distintos ámbitos del conocimiento que ostentan, más allá de la valoración que de su personalidad, identidad, compromiso o debilidades pudieran hacerse desde distintas posiciones políticas coyunturales.