Hay una señora… se llama Cristina Antón. Y, veréis, es un caso muy raro. Si en condiciones normales de presión y temperatura meterle un puro a alguien -público o privado- por decir inconveniencias en un blog armaría un incendio de mil pares de cojones en la Red, hay otros casos -el de Cristina, ya puedo decir que sé de uno- en el que le pueden meterhasta tres puros por escribir inconveniencias (que no injurias, que no expresiones constitutivas de delito) en una bitácora y, oye, aquí nadie se inmuta. Y me parece brutal. (EL INCORDIO Blog)
Cristina Antón es controladora aérea y su bitácora, «Controladores aéreos y otras hierbas» se dio a conocer cuando en otoño pasado una huelga de controladores (perfectamente prevista por el Gobierno y como consecuencia de un conflicto liado mano a mano entre Pepiño y Ribalcaba) privó a un montón de ciudadanos del sacrosanto derecho humano, fundamental e inalienable, de irse de puente, generando un cabreo popular alucinante contra el colectivo reivindicador, acusado por todos los medios de privilegiado, ganador de mucha pasta y no sé qué mas. El colectivo fue crucificado por unos medios absolutamente apesebrados y la única voz que se alzó en su defensa fue la de Cristina. Y fue una defensa eficaz porque, siendo la única, su voz se hizo oir. La pusieron tibia, huelga decirlo, pero también se ganó la adhesión no sólo de sus compañeros -esto es de cajón- sino de muchísimos ciudadanos ajenos al asunto, de los que me honro en formar parte.
Lo que pasa es que Cristina les desafía, expone sus vergüenzas, las vergüenzas de la privatización de una compañía de referencia, llevada de la mano por el ministro de Fomento más deprimente que ha visto jamás este país (que ha conocido en la poltrona nada menos que a un Álvarez Cáscos, no cuelgues) y les hace desplantes toreros. Tres expedientes (el último, de un mes de empleo y sueldo, que se dice pronto) que, naturalmente, llevará hasta las últimas consecuencias judiciales.
Me hace gracia su desparpajo, me hace gracia su desinhibición, me hace gracia su manera de expresarse -que no le hace ascos a ninguna palabra del diccionario- y me caen en gracia, sobre todo, sus razones.
Pero el problema ya no es si los controladores aéreos tienen razón, o si tienen mucha, poca o mediopensionista; esa ya es otra discusión, otra historia. El problema está ahora en que una persona está siendo represaliada de forma reiterada y sistemática por ejercer su libertad de expresión de acuerdo con las leyes -es decir, sin cometer ilícitos- y está el país tan ancho. Y está la Red -tan sensibles como somos ante otras agresiones- también tan ancha.
Las represalias que está sufriendo Cristina Antón por parte de la dirección de AENA son gravísimas y constituyen un peligrosísimo precedente. Ella las ha recurrido, es cierto, y cabe esperar que los tribunales acaben dándole la razón, pero… ¿en qué instancia? ¿Cuánto tiempo habrá de pasar para ello? ¿Y qué sucederá mientras tanto si se generaliza la costumbre de que las empresas sancionen a sus empleados por las opiniones que estos vierten -fuera de horas de trabajo y fuera del ámbito de la empresa- sobre hechos que son de público conocimiento (es decir, no revelan ningún secreto)?
Si las reivindicaciones de los controladores aéreos no nos importan deberían importarnos, cuando menos, y mucho, las agresiones contra la libertad de expresión en Internet.
Rechazamos -y con razón- la Ley Sinde porque decirmos -también con razón- que implanta la censura en Internet. AENA -Pepiño, en su sombra- lo está haciendo por las buenas, ha promulgado su particular Ley Sinde y aquí nadie chista.
Bueno, pues que conste en acta, por humilde que sea, el pataleo desde este blog.
Arrieritos somos.