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Las cosas raramente ocurren por casualidad

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Santa Cruz de Tenerife, SP, 18 de enero de 2015.- Es posible que exista algún caso en el que el verdugo reconozca haber abusado de la víctima, pero no es lo más común. Lo más frecuente es buscar disculpas para justificar lo injustificable. Cuando ante la tentación de hacerse con un panal de rica miel, se inventan historias de que las abejas son peligrosas asesinas, tienen además de aguijones, un arsenal adicional de veneno que supone un peligro para la humanidad, matan a otros seres de su propia especie sin piedad etc. etc. todo esto solamente con el único objetivo de arrebatar la suculenta miel de sus panales, aunque lo de el peligroso arsenal de veneno sea falso y conocido ya de antemano, o el riesgo para la humanidad sea una desmedida exageración, nadie debería extrañarse de que alguna de las abejas que han logrado escapar con vida, trate de desquitarse con un aguijonazo después de haber sido asaltada su colmena, destrozada, arrebatarla su miel, la cera y hasta el propóleo, torturando y matando sin sentido a sus legítimos moradores, desde larvas a obreras jóvenes o ancianas (con los conocidos efectos colaterales) y sustituyendo a la reina dictadora por otra tan dictadora como la anterior pero más sumisa rodeada de zánganos afines, que seguían haciendo la vida imposible a todo aquel que no pensaba como ellos.

Aparentemente para algunos observadores occidentales, en el primer caso (invasión, saqueo, ridiculización de sus creencias, torturas etc.) ha sido para ayudar a las abejas, y en el segundo (el del aguijonazo), es un acto intolerable que va contra todos los valores más sagrados de Occidente, sus libertades y democracias.

Vamos, que la vara de medir parece estar fabricada de goma, se estira o encoge según convenga.

Esto de los aguijonazos no es nada nuevo, es más viejo que el catarro, se llama reciprocidad. Tu arrascas mi espalda, yo arrasco la tuya, pero si tu me das un puñetazo y yo puedo, te doy dos. Lo que ocurre ahora es que todo está globalizado y la reciprocidad puede tener lugar a miles de kilómetros de distancia.

En cuanto a las religiones usadas como disculpa para hacer barbaridades también es más viejo que el catarro. Las religiones son como las navajas suizas, un invento maravilloso que sirve para todo, sirven para sacarte de muchos apuros, abrir latas de conserva, botellas, cortar un padrastro… pero también sirven para rayar el coche del vecino, para forzar una cerradura, secuestrar o cortar la yugular.

Generalmente las religiones hacen más piadoso al piadoso y más violento al violento.

Yo, por circunstancias de la vida he tenido la ocasión de trabajar con compañeros de todas las razas y religiones, sin que eso haya supuesto el más mínimo problema porque siempre hubo un gran respeto mutuo, es más, me enorgullezco de haber tenido amigos católicos, judíos, islamistas, sintoístas, budistas o ateos. También he cruzado el desierto del Sahara confiando mi vida a un guía musulmán que en los descansos aprovechaba para realizar sus rezos.

Por consiguiente, la religión o raza no parece que sean el problema, de la misma manera que no lo es la posesión de una navaja suiza.

Cuando se confirma con certeza que alguna parte de nuestro cuerpo ha sido atacada por algún peligroso patógeno o células cancerigenas , hay que combatirlos pronto, sin titubeos y sin escatimar las dosis de antibióticos o quimioterapia.

Pero en primer lugar, tiene que ser verdad que tenemos amenazada nuestra salud con una enfermedad, no fingirlo con otros prepósitos.

Si fingimos nuestra enfermedad y aplicamos un tratamiento exageradamente radical, posiblemente lograremos lo contrario de lo perseguido, perjudicando al final seriamente nuestra salud intoxicados por un exceso de peligrosos fármacos que nunca debieron prescribirse.

En el tratamiento de la llamada amenaza del terrorismo de origen Islámico, creo que se ha partido de un diagnostico totalmente equivocado (no había tal enfermedad), y se han aplicado obviamente tratamientos erróneos que estos sí están suponiendo un gran riesgo para Occidente.

En primer lugar, si uno se mete en todos los charcos sucios por intereses particulares, es más que probable que acabemos salpicados y el remedio no está en culpar al charco, sino en reconocer que no deberíamos de habernos metido en él con argumentos falsos de armas de destrucción masiva, peligro para Occidente etc. etc. con los agravantes de abuso de poder, destrucción de sus infraestructuras básicas, saqueos y torturas. En definitiva, creando miseria y desesperación, que son un buen caldo de cultivo para la proliferación de violencia.

Para limpiarse el salpicado, lo primero que hay que hacer es salir del charco, porque estando dentro del charco por mucho que uno trate de limpiarse, cada vez se pringará más.

¿Qué nos ha llevado a meternos en los charcos?

Generalmente la codicia. En unos casos el petróleo y en otros directamente el dinero. En todas estas contiendas bélicas se mueven cantidades ingentes de dinero y donde hay mucho dinero siempre se puede «pillar».

¿Cómo se puede «pillar» sin que parezca que se ha organizado el cotarro para «pillar»?

Creando grandes campañas mediáticas de propaganda que justifiquen esa acción bélica aunque se fundamenten en afirmaciones falsas. También es importante ir acompañado de comparsas, cuantas más mejor y siempre hay voluntarios.

A partir de ahí, ya se puede empezar a «pillar», bien el petróleo o suculentos contratos para la industria armamentística, compañías de infraestructuras, firmas de seguridad etc. etc. que casualmente son los que han financiado las compañas políticas para poner a los sátrapas donde están y que no podrían haberse quedado con el dinero del contribuyente directamente sino a través de este subterfugio de la guerra.,

¿Quién paga normalmente los platos rotos fruto de estas barbaridades?

Generalmente siempre el mismo. El contribuyente, tanto del cerebro ideológico como de las comparsas. En unos casos directamente con su vida, en otros sufriendo recortes sociales, porque gran parte del dinero de sus impuestos pasa a manos de esas empresas participantes en las operaciones bélicas. También con recortes de libertades y privacidad, donde por ejemplo viajar se convierte en un suplicio de controles y más controles, además de los criminales atentados terroristas que suelen afectar mayoritariamente al ciudadano normal y no a los que han organizado todo este cotarro.

Respecto a «Je Suis Charlie«, suena muy bien, aunque no me gusta mucho la letra. En España lo publicado por Carlie Hebdo podría suponer un delito según el artículo 525 del Código Penal. Vaya por delante que quitar la vida no parece que sea un castigo proporcional para quien ha herido unas creencias, pero apoyar la práctica reiterada de un delito tipificado en el código penal, tampoco parece muy edificante y un poco de respeto para los creyentes y no creyentes nunca esta mal. Este artículo (el 525), viene a decir que incurrirán en la pena de multa los que para ofender los sentimientos de los miembros de una confesión religiosa, hagan públicamente, de palabra, por escrito o mediante cualquier tipo de documento, escarnio de sus dogmas, creencias, ritos o ceremonias, o vejen, también públicamente, a quienes los profesan o practican.

Por consiguiente, como ya advirtió la diosa Circe en el mito de Ulises, no hay que dejarse seducir por el canto de las sirenas, en este caso de los políticos, porque generalmente detrás suele haber algún interés inconfesable a consta siempre del sufrido contribuyente.

Los lamentables atentados de las Torres Gemelas, el metro de Londres, los trenes de cercanías de Madrid, la redacción de Charlie Hebdo y alguno más deben de hacernos reflexionar porque todos tienen un denominador común y no siempre la culpa la tiene el charco.

Aunque la cita de Cayo Cornelio Tácito en sus Anales es un poco larga y cursi, me arriesgo a mencionarla porque creo que después de unos dos mil años viene como anillo al dedo, «Auferre, trucidare, rapere falsis nominibus res publica, atque ubi solitudinem faciunt, pacem appellant»A la rapiña, el asesinato y el robo los llaman por mal nombre gobernar y dónde crean un desierto, lo llaman paz«). Lo cual demuestra que este estilo de gobernar también es más viejo que el catarro.

J.M.M.C.

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