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noviembre, sábado 2, 2024

Trabajadores «privilegiados»

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Oscar MolinaNo estoy muy seguro, pero creo que se designa así a aquéllos cuyo salario está por encima de la media, o en general, tienen en sus convenios colectivos condiciones más ventajosas que las de los trabajadores en general. Por lo que oigo a columnistas, comentaristas y tertulianos, este tipo de trabajadores, los «privilegiados», no deberían hacer huelgas ni usar los métodos de presión laboral recogidos en nuestra legislación porque, deduzco, esas medidas sólo son aceptables cuando las emplean el resto de los trabajadores, es decir, los «no privilegiados».

Leo en el diccionario de la RAE que «privilegio» es, en su primera acepción, «Exención de una obligación o ventaja exclusiva o especial que goza alguien por concesión de un superior o por determinada circunstancia propia.» Hay otras, pero no distingo entre ellas nada que pueda equipararse con las condiciones de trabajo de nadie. Por lo tanto, y a pesar de que entiendo que el término se usa mediante su vulgarización o generalización, creo que no existen, desde el punto de vista lingüístico, trabajadores privilegiados. Y opino, que tampoco los hay desde el punto de vista conceptual.

Yo entendería que alguien es «privilegiado» si, por ejemplo, pudiese autoconcederse o conseguir que un órgano superior a él le concediera, cobrar la pensión máxima cotizando menos tiempo que el resto de los trabajadores, como ocurre con los políticos. O si pudiera, por ejemplo, autoconcederse o conseguir que un órgano superior a él le concediera, una subida salarial del 56%, como ha ocurrido recientemente con los ejecutivos de una conocida empresa española.

Eso son privilegios (aparte de jeta), lo otro son condiciones laborales que se logran en una negociación en la que, por su propia naturaleza, se obtienen cosas a cambio de dar otras, beneficios a cambio de cesiones.

No hay privilegio alguno, sino condiciones pactadas por dos que llegan a un acuerdo que creen ventajoso para ambos. A ningún trabajador le regala nadie nada, a los "privilegiados" tampoco.

El tema tiene miga, porque como ya he apuntado, la cantinela sale siempre a relucir cada vez que algún colectivo de trabajadores «privilegiados» decide usar los medios que la Ley dispone para hacer valer los derechos que como trabajador («privilegiado» o no) le corresponden. Es entonces cuando los privilegiados de verdad tratan de hacer ver al resto de los trabajadores (los «no privilegiados») lo canallas que son unos tíos que presuntamente ganan una pasta y tienen el morro de protestar.

O sea, que si uno es un trabajador «privilegiado», y la empresa para la que trabaja incumple lo que está pactado, el convenio colectivo, la Ley…nos encontramos ante un caso en el que la defensa carece de legitimidad.

No sé si lo entiendo bien, pero creo que el trabajador «privilegiado» bastante tiene con sus «privilegios» como para encima pretender mantenerlos, aunque sea con la Ley en la mano.

¿Es eso, no? Da igual que el que se sube el sueldo un 56% (por cierto, no veo a columnistas, analistas y tertulianos escupir fuego por estas obscenas subidas retributivas) decida contravenir lo que está obligado a respetar. El problema no es ése, joder, el problema es que el afectado es un «privilegiado». Lo verdaderamente importante de la cuestión no es que se viole o no la legislación; lo que de verdad importa en el caso de los «privilegiados» es que deberían protestar con la boca pequeña, o si se me apura…chitón.

Se me dirá, con cierta razón, que los trabajadores «privilegiados» pueden acudir a la Justicia. Así es, pero ello no evita que el incumplidor (el del 56% de subida salarial) decida seguir infringiendo otros aspectos del pacto distintos al que originó la disputa, y así meter al indeseable trabajador «privilegiado» en una ciénaga de años de juzgado mientras él incumple, incumple, incumple… y por el camino va incumpliendo sin que nadie le pare ni obligue a dejar de hacerlo.

Porque algo que también ocurre, no sé si se han dado cuenta, es que el Estado dispone de mecanismos rápidos como una centella y contundentes como una guantazo de Tyson, para actuar eficazmente contra los trabajadores «privilegiados», pero lo que el Estado, los de la pensión vitalicia, aún no han inventado son artilugios legales que obren con la misma rapidez y fuerza contra los incumplimientos, abusos y violaciones de la Ley que practican los del 56%.

Llegado el momento en el que los trabajadores «privilegiados» deciden pasar a la acción, se desata otro torrente, fundamental en el mecanismo de apestamiento social, y que está protagonizado por los medios de comunicación. Estos medios son negocios con ánimo de lucro, y una de sus mayores fuentes de ingresos es la publicidad. Dado que los del 56% se gastan ingentes cantidades de pasta en publicidad que aprovecha a los medios, y los trabajadores «privilegiados» nada, es evidente que el juicio y presentación de los hechos de un conflicto de este tipo nunca cae del lado del trabajador «privilegiado» sino del listo del 56%, que recibe en especie el pago a su inversión publicitaria.

La verdad, aún en el caso de estar de parte del trabajador «privilegiado», no es lo que realmente importa para los medios de comunicación, sino más bien el seguir sirviendo a su señor, el que les financia por medio de costosos anuncios. Repito y reitero: para los medios de comunicación la verdad no es lo que importa. Lo digo aquí, allá y donde haga falta, porque es así.

Puesto el escenario de lapidación moral (a veces física como veremos más adelante) del trabajador «privilegiado», el siguiente paso viene de parte de muchos trabajadores «no privilegiados», que le afean su actitud, le ponen a parir y reservan para él los peores calificativos. El mantra suele ser algo así como. «Que miren cómo estamos los demás y se den cuenta de que no pueden hacer eso». Yo, la verdad, alucino con este tipo de argumentos, porque si nos atenemos a su literalidad, es posible que pudiese ocurrir que algún día en que un grupo de trabajadores «no privilegiados» decidiese hacer una huelga, llegase un montón de parados (que están peor que ellos) y les dijeran: «Que miren cómo estamos los demás y se den cuenta de que no pueden hacer eso».

Por otro lado, los trabajadores «no privilegiados» suelen estar representados por liberados sindicales de las centrales llamadas de clase. Los liberados se dedican a no trabajar y cobrar su sueldo. Esto estaría bien si no fuese porque (a las pruebas me remito) cada día que pasa firman condiciones laborales más cutres para sus representados, actúan en ocasiones en connivencia con las empresas y hasta han llegado muchas veces a escalar en ellas a la Dirección General. Estos tíos, que cobran en concepto de «asesoramiento» al currito que se va a la calle sin que el currito se pueda negar, son los que más de una vez que se ha convocado una huelga en Iberia por parte de los trabajadores «privilegiados» pilotos, les han amenazado, empujado, silbado y en ocasiones agredido físicamente. Y es que cuando uno de estos «privilegiados» protesta, lo que se merece, como me dijo uno de ellos, es «una buena mano de hostias». Los liberados, no se olvide, cobran de los contribuyentes por hacer su «labor»; los sindicatos de trabajadores «privilegiados» se financian con cargo a sus afiliados. Matiz importante, creo yo.

Pero es que además, los trabajadores «no privilegiados» son sometidos en general a una cierta rapiña por parte de los que se suben el sueldo un 56%, y fíjate, no protestan contra ellos. En el colmo de lo kafkiano, algunos de ellos centran sus iras en los trabajadores «privilegiados» por plantar una cara a la que ellos no se atreven. Si les preguntas, es más que probable que te digan que puedes tener razón, pero que «peor están ellos y no hacen nada». Es decir, que la razón tampoco cuenta cuando hablamos de trabajadores «privilegiados» sino, al parecer, la posición relativa que éstos tienen en relación a los «no privilegiados». En términos simples (y por favor no literales), el del 56% es el adversario de ambos, por lógica, pero se acepta su abuso y se coloca en la trinchera de enfrente al que no lo acata. Mu fuerte.

O sea, que al parecer una de los pecados mortales de los trabajadores «privilegiados» es el no aceptar el sometimiento a ciertas injusticias que no ocurren sólo con ellos, sino con todos. De estos trabajadores sólo es aceptable el mismo grado de postración que exhibe el resto. No me pregunten por qué, pero vengo comprobando que es así.

Nadie reprocha la inmoralidad de que alguien pueda subirse el sueldo un 56% mientras manda trabajadores a la calle o les recorta sus condiciones laborales; nadie reprocha que lo haga con la ayuda de quien está llamado a preservar la Justicia y no lo hace mientras se asegura una buena pensión con nuestro dinero sin cotizar lo mismo que nosotros. A nadie le parece mal que se apedree públicamente a uno o varios grupos de personas por parte de alguien a cambio de que su negocio mediático esté bien engrasado, ni se levanta porque en todo ello colaboren sus presuntos representantes, los mismos que les tienen donde les tienen a cambio de vivir como curas sin trabajar.

Todo esto no subleva a casi nadie, lo que no se aguanta es que el trabajador «privilegiado» se niegue a integrarse en el rebaño de los ofendidos, postrados y…vencidos.

Curioso ¿no? Pues así es.

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