Fecha: 8 de agosto de 2011
Origen: Philadelphia Int.
Destino: Washington D.C. (Ronald Reagan National Airport)
Compañía: US Airways
Aeronave: CRJ-200
Hace unos meses extravié mi pasaporte. Más allá del drama que para muchos supone el hecho de perder sus sellos fronterizos, el problema para mí como viajero frecuente y sobre todo, espontáneo, radicaba más en la necesidad de disponer de él en cualquier momento. Por ese motivo solicité un documento nuevo con el cual estaba realizando este viaje. ¿Por qué me cuentas esto?, te estarás preguntando. Pues bien, pese a que en la primera página del nuevo pasaporte se expone claramente "Este documento es una copia del pasaporte nº XXXXXX" en varios idiomas, sellado y autorizado por la Policía Nacional, para las autoridades estadounidenses no fue suficiente. Dado que mi última entrada al país norteamericano la había realizado con el anterior pasaporte fue necesario retenerme durante cerca de hora y media para finalmente preguntarme el motivo de la duplicidad y conformarse con la explicación que os acabo de dar a vosotros.
Resuelto el problema salí en busca de la puerta de embarque del vuelo US2411 que me llevaría hasta Washington D.C. Para realizar el cambio de terminal utilicé el shuttle interno del aeropuerto, cuya ruta atravesaba la plataforma atestada de aeronaves de US Airways. Un precioso paseo de cinco minutos para un amante de la aviación.
Localizada la puerta de embarque con su arcaico letrero manual en el que podía leerse el destino y la hora de salida caminé hacia el exterior a fumar un cigarro. Los 42ºC que gobernaban la tarde tardaron poco en empujarme de nuevo al interior de la terminal. !Y sorpresa! El control de acceso me tenía reservado un escáner corporal de los que tanta polémica había suscitado:
– Por favor, pase y coloque sus brazos sobre la cabeza
– ¿Es obligatorio? ¿Puedo negarme? – pregunté, pues en aeropuertos como Dulles o Nueva York eran "opcionales". Al menos en mis últimas visitas.
– Sí señor, es obligatorio. ¿Porta usted algún objeto extraño?
Tras esta pregunta y ante el temor de verme en cuestión de segundos retorciéndome en el suelo con los ojos en blanco por un disparo de las pistolas eléctricas que portaban los agentes, accedí a entrar en la máquina. Completado el proceso con éxito proseguí rumbo al avión.
Puntualidad, rodaje y despegue
Quince minutos antes de la hora de salida comenzó el embarque de las veintidós personas que volaríamos en el pequeño aparato con capacidad para cincuenta pasajeros. Como de costumbre siempre que tengo ocasión, solicité a la azafata (en este caso sólo una nos acompañaría) acceso a la cabina para saludar al captain. Con una sonrisa de oreja o oreja articuló un "Sure!" (por supuesto) y acto seguido me adentré en el cockpit donde dos pilotos jóvenes e igualmente amables me recibieron encantados. Charlé con ellos durante varios minutos, me mostraron la ruta que seguiríamos e intercambiamos impresiones de Washington D.C. Aproveché para formularles una pregunta que desde la adquisición de mi billete me tenía intrigado: "Si la distancia entre Philadelphia y Washington D.C. es de tan sólo 200 kilómetros, ¿cómo es posible que el vuelo dure una hora y veinte minutos?"
Su respuesta, que confirmó mis sospechas, quedó corroborada con los casi cuarenta y cinco minutos de rodaje que sufrimos hasta llegar a la pista de despegue entre el salvaje trasiego de aeronaves. Fiel devoto del CRJ-200 desde hace años, una vez más mi aeronave predilecta comenzaba ofreciéndome un despegue extraordinario. Pero en esta ocasión no por su abrupto ángulo de ataque tras despegar, sino por su suavidad en la maniobra. Como si de un Boeing 747-400 se tratase, el aparato avanzó lentamente por la pista para posteriormente ejecutar una sutil rotación adquiriendo un ligero ángulo de ataque apenas imperceptible. Como viajar en una nube.
Hora de comer, ir al baño y … molestar
Dado que el tiempo efectivo de vuelo sería de tan sólo treinta minutos no tenía muchas esperanzas puestas en poder apaciguar los gritos de mi estómago, que en las últimas quince horas tan sólo había recibido el sabroso pollo estilo aviador del vuelo anterior. Sin embargo pocos minutos después del despegue nuestra solitaria azafata repartió refrescos y un diminuto bocadillo de queso entre los pasajeros. El pasaje estaba a salvo de mis fauces. La azafata sin embargo, no lo estaba de mis preguntas:
– Disculpe, ¿tiene usted otra cosa que no sea queso? No me gusta demasiado. (esta vez no argumenté un desprecio tajante pues mi estómago no estaba como para hacer rehenes)
– Lo siento señor, sólo tenemos este. No hay espacio para llevar más. Lo siento.
– No se preocupe muchas gracias.
Respuesta agradable y explicación. Perfecto.
Comodidad y entretenimiento
En cuanto a entretenimiento poco puede decirse del CRJ-200. Mirar por la ventana si no vas en pasillo, leer un libro u observar al pasajero de al lado fingir que trabaja con un ordenador portátil. En realidad para un vuelo de treinta minutos no hay tiempo para aburrirse. En un abrir y cerrar de ojos comenzamos el descenso. Respecto a la comodidad, en la línea del CRJ-200, generoso espacio entre unos asientos amplios y mullidos. Para un servidor este avión es sin duda uno de los más cómodos que existen en todos los sentidos.
Aproximación, aterrizaje y petición inoportuna
Veinte minutos habían transcurrido desde que saliéramos de Philadelphia cuando el capitán anunció el comienzo de la aproximación. Un descenso suave y prolongado que de haber ido sentado en pasillo apenas hubiera percibido. Pero el raso paisaje de Maryland cada vez se acercaba más. De pronto, a mi derecha, surgió inesperadamente un aeródromo fácilmente reconocible: la base aérea de Andrews. Allí estacionado se podía distinguir con meridiana claridad un avión estacionado. Azul y blanco, uno de los Boeing 747-200B también conocidos como Air Force One descansaba plácidamente en la plataforma de la base de las Fuerzas Aéreas. Preciosa estampa.
El cuarto de baño, tan diminuto como limpio, presentaba un aspecto excelente. En el mismo instante en que se encendieron las señales luminosas requerí la presencia de la azafata:
– Perdone, ¿podría ir al servicio?
– Mmm… – dudó – estamos llegando ya … espere, le preguntaré al capitán.
Abrió la puerta de la cabina y asomó la cabeza. Nuevamente con una sonrisa en su rostro me hizo un gesto de afirmación y premura. Reacción agradable e incluso consulta al capitán. Perfecto. Cabe destacar que desde el 11 de septiembre de 2001 hasta julio de 2005 existía una normativa que prohibía terminantemente que los pasajeros abandonaran sus asientos 30 minutos antes de aterrizar. Si lo hacían, el avión debía ser desviado inmediatamente al aeropuerto de Dulles escoltado por aeronaves militares.
Poco después de sobrevolar Andrews un pronunciado viraje a la derecha me sorprendería. Conocedor del área y el aeródromo, observar a mi derecha la ilustre explanada de la capital norteamericana con sus emblemáticos edificios (Lincoln Memorial, Monumento a Washington y Capitolio) suponía dirigirnos perpendicularmente a la pista 1/19, por la que generalmente se realizan las maniobras de despegue y aterrizaje. Poco después un segundo viraje brusco a la derecha nos alinearía con la pista 33, de tan sólo 1.500 metros de longitud, en la que aterrizaríamos finalmente a ritmo de caza-bombardero. !Espectacular!
VALORACIÓN DEL VUELO:
1. Puntualidad …………. 10/10
2. Catering ………………. 5/10
3. Comodidad ………….. 9/10
4. Entretenimiento ….. 3/10
5. Tripulación ………….. 10/10
6. Limpieza ……………… 10/10
7. Aspecto interior …… 7/10
8. Precio ………. (8/10) (70 EUR, sólo ida)
Valoración global: 7,75 (Notable)