Emilio Herrera (con sombrero) rodeado de sus colaboradores en el aeródromo de Cuatro Vientos en 1935. Foto cedida por Emilio Atienza
(EL PAÍS/Patricia Peiró) 12 de julio de 2013.- El día comenzaba a morir en Barcelona aquella tarde del 11 de octubre de 1928 cuando una bala plateada apareció silenciosa en el cielo. A bordo del Graf Zeppelin, el comandante de la nave acababa de ceder a Emilio Herrera los mandos del aparato, que efectuaba el primer vuelo comercial transoceánico entre Alemania, de donde había salido dos antes, a EE UU, adonde llegaría cuatro días después. El viaje había nacido de la mente, los cálculos y los sueños del militar granadino, pero se convirtió en una realidad gracias a los fondos alemanes. Desde las alturas, los 63 ocupantes del zepelín observaban a la multitud agolpada en la plaza de Cataluña. El pez volador encaraba sus últimas horas flotando sobre suelo firme antes de partir a Nueva York sin escalas.
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