Puedes ser una compañía low-cost, puedes incluso cobrar por ir al servicio y tratar de tener los precios más competitivos a base de recortar en gastos. Estás en tu derecho. Lo que no puedes es hacer que tus azafatas de tierra sean bulldogs de caza con la rabia, stormtroopers de Star Wars de prácticas de verano… Nunca, nunca, nunca, se debe perder el respeto a los clientes y tratarlos como ganado. Porque este ganado es el que paga los billetes y tu puto sueldo.
El otro día tuve que tomar un avión para volar desde Madrid a Girona por la mañana. Normalmente intento evitar los aviones por sus incomodidades, pero el tipo de viaje que realizaba, era más simple hacerlo volando. Una agencia externa me compró los billetes, por lo que no pude elegir la compañía ni ver las condiciones con antelación. Cogí un taxi, pasé por una agencia de viajes, recogí los billetes y con el mismo taxi seguí hasta el aeropuerto.
No había volado nunca con Ryanair, pero aun así me parecía una buena opción. ¿Qué hay de malo que las azafatas vendan lotería en el avión? ¿O esos cigarros electrónicos que no emiten humo con nicotina? Nada. Solo que es muy cutre.
Llegué al aeropuerto muy temprano, con tiempo para desayunar un buen bocadillo y un café con leche mientras repasaba mis guiones. Me senté delante la puerta 41, mi puerta de embarque.
Cuando quedaban 10 minutos para embarcar, nos cambiaron a la puerta 44, y toda la gente haciendo cola, tuvo que ir corriendo a la otra puerta.
Cuando llegamos a la otra puerta, la 44, otro avión de Ryanair tenía que salir hacia allí, así que tuvimos que esperar que desembarcaran los pasajeros de ese avión y embarcaran los nuevos pasajeros. El proceso duró hora y media.
Cuando llevábamos dos horas esperando el avión en esa puerta, nos volvieron a cambiar la puerta de embarque, y esta vez era la 35.
Todo el mundo salió corriendo.
Al llegar allí nos recordaron que solo podíamos llevar un paquete, así que metí el portátil del trabajo dentro de mi maleta, y como el bolso no era muy grande, pensé que no molestaría que lo llevara encima.
ERROR.
La azafata midió y pesó mi maleta dos veces, y luego me dijo: «Vas a tener que facturar la maleta, porque llevas un bolso y solo se permite un bulto por persona».
Yo le dije: «Es pequeño, creo que la palabra bulto le puede quedar grande a este mini bolso». Mientras observaba como al resto de pasajeras con bolso y maleta no les dijo nada. Solo a mi.
– «Son las reglas, y las tengo por escrito»
– «Me parece perfecto que las tengas por escrito. Allí dentro hay un portátil y no me parece muy práctico facturarlo».
– «Pues deberá facturarlo»
– «Claro. No es por el dinero, señorita. Yo lo facturo, pero usted prométame que a mi portátil no le va a pasar nada cuando llegue a Girona. Sin ningún problema».
– «No puedo prometerle eso».
– «Pues el portátil se queda conmigo. Aunque tenga que pagarle un asiento y que se quede a mi lado durante el vuelo con el cinturón abrochado. No es por el dinero, señorita, es por la información que llevo dentro».
Aquí la señorita se puso sería, perdió los papeles y empezó a gritarme.
– «Lo tengo por escrito, y usted no entiende las reglas» – Dijo en un tono chillón, rápido.
– «Claro que las entiendo, y las respeto, por eso le digo que facturo la maleta a cambio que me prometa que al portátil no le va a pasar nada»
En ese momento, todos los pasajeros del avión estaban de mi parte. Habían visto como mi mini-bolso, aunque era más pequeños que otros, no tenía el derecho de embarcar. Una buena persona me dijo por detrás de la azafata: «Si quieres, en mi maleta cabe sitio para tu bolso, que es pequeño». Le dije que si, y entonces la azafata saltó:
– «!!!!Usted no puede hacer eso!!!!» – Con un grito ensordecedor.
– «¿Y por qué no? ¿También lo tiene escrito?»
– «No, pero no se puede»
Los pasajeros entendieron que esa azafata solo quería joderme. No estaba haciendo su trabajo, estaba descargando su ira de mierda y malestar en mi. Entonces, una chica de la otra fila gritó:
– «Y a ti qué más te da!»
– «Si no lo ves y no lo tienes escrito entonces se puede!» – Se animaba a decir la gente.
– «Es usted una nazi de las aerolíneas» – Gritó un señor
Entonces, como veía que estaban a punto de comerse a la azafata, y no me apetecía que me salpicara le dije tranquilamente:
– «Usted no se preocupe, vaya a hacer su trabajo. Cuando yo pase por esa puerta de embarque y usted me rompa el billete en dos, va a ver cómo he transformado esta maleta y este bolso en un solo bulto».
Cuando la azafata se giró, me cambié de fila y metí el mini-bolso en la mochila de esa señora que tan amablemente se había ofrecido.
Me contó que hay gente que se compra un porta-trajes en el aeropuerto y lo usa como bolsa para envolver la maleta, el portátil, el bolso y si cabe todo lo demás, también. Me apunté la idea para la próxima vez. Aunque me apetecía más ahogar a esa azafata con una bolsa.
Al pasar por el control, la azafata me cortó el billete y no sonrió. Ni me miró.
Yo usé mi mejor sonrisa y le dije: «Que tenga usted un buen viaje«.
¿Sabéis cuál es la moraleja? El karma.
NUNCA MÁS EN RYANAIR.