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Seguimos con Binter, tercera parte: Comprar justicia.

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Santa Cruz de Tenerife, SP, 10 de septiembre de 2013.- Uno de personajes más ingeniosos de nuestra literatura dejó dicho: "…a menudo en España no hay más justicia que la que uno compra". El poder nunca ha tenido sentido del humor, la crítica satírica de Francisco de Quevedo le trajo más de un quebradero de cabeza. Siempre fue costumbre usar el poder para acallar las voces críticas; hábito que se sigue manteniendo por parte de los que conforman esta nueva casta de poderosos que estamos padeciendo, modernos herederos de aquella aristocracia feudal.

Más o menos medio siglo después que abandonase este mundo el insigne personaje, nació Charles Louis de Secondat, que no se sabe si leyó a Quevedo, pero se hizo famoso mayormente por contradecirle con aquello de la separación de poderes. El barón de Montesquieu estableció ese eufemismo formal que consiste en la independencia de los poderes en que se fundamentan los estados modernos: el legislativo, el ejecutivo y el judicial. Pero no pretendo que se interprete simplistamente esta afirmación como una "boutade" por mi parte; así es que voy a razonar desde mi punto de vista, desde una mente vulgar, lo que uno de los principales filósofos de la Ilustración francesa quiso decir, a mi entender.


Supongo que el modelo de Estado es como un padre que tiene tres hijos, que representan los tres poderes. Los tres adultos, responsables e independientes. Cada cual tiene su oficio, que llevan a cabo sin inmiscuirse en las funciones de los otros. Pero sobre todo, lo que es más importante, el padre debiera tener asignada a cada uno su dote, con el fin de ser independientes económicamente. ¿Dónde se encuentra la perversión del principio de Montesquieu? Sencillamente que uno de los hijos no es independiente, por mucho que se quiera aparentar. Los otros dos tienen la capacidad para quitar y poner "sobrinos", influenciarlos, por lo tanto intentar manipularlos; otra cosa muy distinta es que lo consigan. Y sobre todo ambos tienen la mano en el grifo que le dota de los medios económicos necesarios para su funcionamiento por medio de los presupuestos generales del estado. Los recursos económicos se traducen en medios, y si no hay medios se dificulta la función. Ante esta situación el ejercicio independiente de la justicia resulta incluso admirable en la inmensa mayoría de las situaciones. Aunque no siempre.


A veces impartir justicia debe resultar muy difícil. Pero los que lo hacen se encuentran con una dificultad añadida cuando en un litigio interviene alguna parte afectada con mucho poder. Estos poderosos disponen de los recursos necesarios para intentar tratar de marcar el ritmo del funcionamiento de la justicia. Disponen de medios económicos para contratar los servicios de asesoría jurídica más prestigiosos, eficaces y necesarios, para poner trabas o agilizar cualquier asunto según convenga en su momento. Los procedimientos judiciales tienen tantos recovecos, buenamente pensados para dotar de las máximas garantías, pero que hábilmente usados pueden hacer auténticas maravillas. De manera que el resultado puede ser que la justicia sea mucho más lenta de lo que ya lo es. Esta es la modalidad moderna de comprar justicia a la que se refería Quevedo. Al final siempre sale perjudicada la parte más débil, la justicia no es un privilegio, es una necesidad para quien espera.

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