El acuerdo al que llegaron el pasado viernes el sindicato USCA y Aena abre un período de tregua en una larga campaña de acoso y derribo contra los controladores aéreos españoles. Una campaña que ha sido orquestada por un Estado de dudoso talante democrático y alentada por ciertos medios de comunicación comprados, interesados o contagiados, afianzada por tertulianos descerebrados, adoctrinados o ignorantes y celebrada por ciudadanos frustrados, envidiosos y dóciles. Afortunadamente, también ha habido gente sensata que ha sabido crearse su propia opinión, aunque poca. Muy poca. Artículo original en en APCAE.es
Insistir ahora en que se ha llevado a cabo una manipulación torticera de la información para poder culpar sin ambages a los controladores de las penurias financieras de Aena -y, con ello, de las de España- con objeto de crispar a la sociedad y ponerla en nuestra contra, resulta ya repetitivo e innecesario. Como también lo es repetir que esa situación ha venido causada en exclusiva por una irresponsable gestión empresarial y gubernamental que viene de largo por la que nadie va a responder, salvo nosotros. Como fútil resulta ya defender que el trabajo del controlador aéreo no puede compararse ni por su responsabilidad ni por su contribución decisiva a la generación de riqueza de la nación a prácticamente ninguna otra actividad laboral. Siquiera aunque la prueba patente de ello se encuentre delante de las narices de todos.
Basta con que los controladores se limiten a cumplir estrictamente con las normas y procedimientos operativos establecidos -no hablemos ya de una huelga o, simplemente, de anunciar su posibilidad- para que las demoras se disparen, el consumo de combustible se convierta en inasumible y todo se vaya a paseo. O que el controlador cometa un lamentable error o no avise a tiempo a una tripulación de un grave fallo de navegación -como el ocurrido hace unos días en Madrid- para que se produzca un accidente y mueran muchas personas. Pero eso carece de importancia porque lo único que le importa al país son nuestros sueldos. Y nuestros privilegios, por supuesto. Los de nadie más.
También resulta evidente a estas alturas, que detrás de toda esta maquiavélica maniobra de distracción y mobbing laboral se encuentran la ambición política, los intereses económicos de potentes grupos de presión, la venta a precio de saldo de importantes bienes raíces de nuestro país o el desmantelamiento de la que hasta hace nada era una gran empresa para la nación y para sus empleados, que bien podrían servir para documentar una escandalosa novela de odio, traición y escarnio. Pero parece que tampoco a nadie le importa todo eso. Salvo nuestros supuestos privilegios. Los de nadie más.
Decir asimismo que todo este calvario de desprestigio social y de desgaste personal y profesional que hemos vivido en los últimos meses no era necesario, resulta también inocuo. Los gestores de Aena en su incapacidad no supieron -o no quisieron- vendernos de forma adecuada los cambios que era necesario llevar a término para cumplir las directrices de la Comisión Europea o del Cielo Único, un concepto cuya implantación va a arrollar como un tren de mercancías a todo aquel que se interponga en su camino hacia el enriquecimiento seguro de unos pocos y el empobrecimiento irremediable de muchos otros. Era más fácil y probablemente más rápido redactar decretos. Lo de negociar no iba con ellos.
Pero en este mediático y, en ocasiones, cutre sainete que ha dirigido el ministro de Fomento quienes han dado muestras de tener sentido de Estado y de responsabilidad social han sido los controladores aéreos. Primero encajando estoicamente exacerbados e injustos ataques, luego manteniéndonos en nuestro puesto en unas condiciones que habrían sido inasumibles por la gran mayoría de los grupos profesionales y, finalmente, firmando un acuerdo de mínimos muy mínimos en el que se han quedado descolgadas importantes cuestiones de índole laboral y humana que sólo el tiempo y una elevada dosis de honradez, inteligencia y buena voluntad por ambas partes podrá remediar. Aunque eso está por ver.
Pero este acuerdo, que a todas luces se ha cerrado en falso y que convence de forma desigual a una de las partes, que es la más importante, sólo ralentiza la agonía de un sistema de gestión política y empresarial que se ha demostrado inadecuado y que terminará a buen seguro cobrándose muchas víctimas, aunque quizá no las más convenientes.
Aena y Fomento han salvado por ahora los muebles en un momento en el que empezaba a complicarse su estrategia. Pero ignoran que con ellos se llevan la carcoma. En primer lugar, porque es un acuerdo que nace con fisuras bajo su línea de flotación y, en segundo lugar, porque al margen de la firma protocolaria y ciertamente en barbecho pero con los medios de comunicación como notarios mayores del reino, queda el refrendo que del mismo deben hacer los controladores aéreos en la asamblea a la que han sido convocados el próximo martes. Y la cosa no pinta nada bien.
Ese día habrá muchas razones para votar SI, pero también habrá muchas otras para votar NO. Quizá demasiadas. Porque refrendarlo puede terminar generando más problemas que soluciones. Y no hacerlo, también.
En apoyo de la tesis de un voto positivo se encuentran, por un lado, que el desgaste moral sufrido y el cansancio psíquico acumulado por todos nosotros tras el vapuleo vivido durante estos meses aconsejan la tregua que venimos necesitando desde hace tiempo. Y, por otro, que no hay que olvidar que dependiendo del escenario más vale una mala paz que una buena guerra. Desde luego, parece un mejor comienzo.
Por su parte, el apoyo para el voto negativo podría provenir, por un lado, del hecho de que salvo sutiles detalles todavía por concretar lo acordado es prácticamente copia y pega de los decretos publicados. Nada halagüeño en principio. Y, por otro, que como por su causa hay numerosos procesos judiciales abiertos dentro y fuera de España todo apunta a que de votarse afirmativamente el acuerdo podría perderse cierta legitimidad para seguir adelante con ellos. No es seguro, pero no hay que olvidarlo.
En cualquier caso, el resultado que arroje la votación del próximo martes servirá a ambas partes de barómetro para el futuro de la relación controladores/empresa. Porque cuanto más alejado esté el resultado del 100%, más división interna se producirá entre los controladores, más incertidumbre se generará en beneficio de Aena y más lejos se estará de sentar las bases del futuro de la profesión. Suponiendo que lo tenga. Ahora sólo falta saber qué opción triunfa para saber quien pierde. Salvo que la conclusión sea que todos ganan. Al menos de momento.
La Junta Directiva del sindicato USCA ha hecho un buen trabajo dadas las circunstancias. Pero el cheque en blanco entregado por los afiliados era para convocar una huelga cuando aquella lo considerase oportuno, no para firmar un acuerdo dejando pruebas gráficas de ello sin que estos conocieran en detalle los términos del mismo. Espero que esto no le pase factura. Aunque sería inevitable.
Pero sea cual sea el resultado, el sindicato, con su flamante aunque no consolidado presidente a la cabeza, no tendrá nada que reprocharse, más bien todo lo contrario. Liderar un duro proceso negociador, posiblemente en el peor escenario de los vividos hasta hoy en la historia de este sindicato, en el que había un margen de maniobra muy estrecho para la negociación ha sido una tarea titánica que debe ser valorado de forma positiva.
Esperemos que el resultado de las urnas, sea el que sea, tenga la lectura adecuada por parte de todos y que seamos los controladores aéreos en última instancia quienes salgamos beneficiados o, al menos, no muy perjudicados. El martes y el tiempo lo dirán.
Jorge Ontiveros
Secretario de la Asociación Profesional de Controladores Aéreos de España (APCAE)