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Pilotos bajo sospecha

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9 de marzo de 2013.- Estos tiempos que corren son malos para los pilotos, pilotos de aviones, claro, los otros son meros conductores, pues las tormentas mediáticas que la meteorología social les pronostica no son precisamente moderadas.

Los pilotos de Iberia se debaten entre dar o no dar la batalla de la huelga en una guerra perdida. Los pilotos italianos que bombardearon Barcelona en nuestra guerra civil son denunciados por crímenes de guerra, y, por si fuera poco, la actualidad cinematográfica enfrenta opiniones sobre lo que rodea a la película «El vuelo», cuyo protagonista es un comandante de línea aérea de pasajeros que no contento con acudir a realizar su vuelo programado sin haber realizado el descanso debido, con unos índices de alcohol y cocaína prohibitivos, continua consumiendo vodka en el propio avión antes del despegue. A pesar de ello, cuando surge una emergencia sabe resolverla merced a una inusual maniobra fruto de su pericia que «sólo», solo deja el saldo negativo de media docena de cadáveres: cine es cine.



En todo caso nada parecer contribuir a que la sociedad ame a los pilotos, «los cobrones», como les denominaban algunos empleados de la fenecida Iberia, la del INI, aquella que daba servicio y empleo, más allá de la cuenta de resultados. Eran otros tiempos. Hoy, muchos universitarios tampoco les perdonan que cobren más sueldo que ellos, pero los pilotos, sólo tienen que saber lo que tienen que saber para hacer lo que tiene que hacer, y sólo pueden hacerlo sustentados en su vocación. Luego aparecerá el cansancio, el deterioro familiar, las secuelas físicas, el rechazo social, y finalmente la jubilación obligada, la sordera, el infarto…, pero que les quiten lo bailao, es decir, lo volao.


Tal vez el antaño «todopoderoso Sepla«, el Colegio llegó tarde, actualmente enarbolador de la seguridad aérea, sea el culpable de no haber sabido comunicar a la opinión pública qué es y qué significa ser piloto, aunque en estos días aúne a asociaciones de consumidores y de víctimas de accidentes aéreos cuando denuncia y se manifiesta ante la amenaza de los previsibles tiempos de descanso y trabajo que van a reglamentar sus jornadas laborales, a todo punto favorecedores de fatiga, factor relacionado con el veinte por ciento de los accidentes que sufre la aviación, cifra que no representa nada para el capitalismo europeo aeronaútico, para eso están los seguros, pues la seguridad sí tiene precio, es alto, y no están dispuestos a pagarlo.


Sí, tal vez sea culpable, aunque ahora tenga razón el Sepla, como se deduce por la rectificación de las autoridades estadounidense ante un proyecto similar que favorecía la fatiga y el riesgo de accidentes, sociedad que siempre va por delante en el mundo del transporte aéreo como ejemplifica la asistencia que dan, bajo determinadas circunstancias, a los pilotos que sufren depresión. Aquí, el piloto que cumpla con el precepto de no volar si se encuentra disminuido pondrá en peligro su puesto de trabajo, y si sufre depresión no deberá medicarse.


El piloto, héroe de la historia y la cultura del amado y pasado siglo XX, dinamitó la ecuación que relacionaba el espacio, la velocidad y el tiempo, creó la aviación y revolucionó las comunicaciones pero también el arte de la guerra. En la Gran Guerra los caballeros del aire, aunque los propios aliados enterraron con honores a Von Richthofen, según avanzaba el conflicto iban siendo un poquito más bellacos conforme le sacaban gusto al bombardeo, práctica que en la Segunda Guerra Mundial posibilitó que las cifras de víctimas civiles superan a las de los frentes, sobre todo con la llegada de las bombas atómicas que, como si de una representación de Broadway se tratara, fueron bautizadas como «Little Boy», para la función de Hiroshima, y «Fat Man», para la función de Nagasaki.


Luego vino la «guerra fría», y la incipiente conquista del espacio, los astronautas, de nuevo héroes asépticos, recuperaron el prestigio para la profesión, lo que no hizo olvidar los bombardeos que sufrió el sureste asiático, como aquí permanece en la memoria el que Picasso inmortalizó en su Guernica y también los ya citados que sufrió Barcelona y de los que ahora piden cuenta a los pilotos de la aviación italiana que los realizaron. Me pregunto si sentará precedente y será posible juzgar a quienes tiraron bombas sobre Londres, Coventry, Hamburgo, o Dresde, triste episodio este último presente en el filme «Matadero 5», del desaparecido George Roy Hill, que también era piloto, como lo es el director de la citada «El vuelo».


Personalmente no me imagino a unos aviadores que digan: «Venga, vamos a bombardear a unos civiles y luego nos tomamos unas birras». Más bien creo en civiles militarizados que junto a militares que no fueron civilizados se drogaban de patriotismo para cumplir lo que les mandaban sus gobiernos, bendecido por el sacramento de la guerra justa y la salvación de los ideales patrios, argumentos probablemente similares a los que hoy justifican el destino de los «drones», que aunque no están tripulados sí necesitan a un currito obediente que dirija el teclado, quien, además de cobrar menos que un piloto de Iberia, de momento, estará tan orgulloso de su labor como lo estuvo el comandante del Enola Gay.


Fuente: El Norte de Castilla.
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