El magnetismo social de los trabajadores de la minería es algo que dificilmente va a poder contrarrestar el poder establecido. Lo veremos esta próxima semana en Madrid. Ayer discurrían y llegaban a la Cuna Aeronáutica Española, que ya todos nuestros lectores sabrán que es Guadalajara. Al menos todos los del ACC de Torrejón (algún día les contaré la anécdota si el autor me lo permite).
La semana arrancaba con dos nuevos accidentes de helicóptero. En uno de ellos, sólo en cabina fallecía Juan Antonio Nieva, hoy ya descansa en paz, tras haber cumplido con su obligación literalmente hasta el último momento.
Bajar a la mina supone adentrarse en la visión de túnel literalmente. Esa visión a la que temen los pilotos, ese amenaza a la seguridad, asimilable al vuelo nocturno, tedioso, con la necesidad de una concentración casi absoluta, y donde los puntos de luz, como las linternas que iluminan los cascos de los mineros son muchas veces la única referencia en la oscuridad de la noche o de la galería.
Bajar a la mina supone soportar temperaturas y humedad extenuante para jornadas eternas donde la luz del día ya no existe. En la cabina de un helicóptero se soportan hasta los 50ºC en determinadas condiciones.
Bajar a la mina supone amplificar el sonido de los martillos neumáticos con los que se trabaja unos cuantos decibelios, bastantes. A bordo de un helicóptero el insistente sonido de los rotores no deja a nadie indiferente, especialmente si uno vuela en uno de ellos por primera vez. Curiosamente la longitud de onda de este sonido es la que hacía que las heridas de guerra en los modelos Belll utilizados en Vietnam, reventaran las costuras en las cicatrices blandas suturadas de los combatientes, e hicieran desaconsejable el traslado de heridos en estas aeronaves.
Bajar a la mina requiere el uso continuado del EPI (Equipo de Protección Individual), esencialmente el casco. Los pilotos de helicóptero hasta una reciente Sentencia en los Tribunales Laborales de Madrid, tenían que costearselo de su propio bolsillo.
Recientemente en una conversación de bar, de esas intrascendentes en las que a veces se dicen verdades, otras veces no, alguien hablaba de los enormes sueldos de los mineros, con una vida laboral corta, y con muy poco trabajo a sus espaldas (la realidad oscila entre los 1.100EUR/mes y los 2.500EUR en el sector público (Hunosa).Los pilotos de helicóptero tienen unos sueldos por mucha experiencia que acarreen muy por debajo incluso de numerosos oficios manuales, similares salvo excepciones a lo mineros de lo público, y condicionados a una temporabilidad no remunerada en ocasiones, y a unas condiciones psico-físicas perfectas para superar el CIMA o los refrescos necesarios.
Bajar a la mina supone que alrededor de los 50 años dejarás probablemente de trabajar. A los mandos de un helicóptero J.A.Nieva fallecía con 59 años de edad. Esta es la tónica general, dado que en las más experimentadas tripulaciones el factor vocacional tiene su peso.
Bajar a la mina es consecuencia en muchas ocasiones de una tradición familiar arraigada. Los pilotos de helicóptero generalmente son especialistas de lo suyo, y vienen en muchas ocasiones de una tradición familiar relacionada con la aviación de una u otra manera.
Bajar a la mina es peligroso por los temidos gases y por los derrumbes. La siniestralidad mortal durante 2006 y 2007 respectivamente tuvo como consecuencia una víctima. Eso sí el número de accidentes no mortales se sitúa entorno a los dos miles anualmente hasta esas fechas. A bordo de los helicópteros españoles fallecieron 24 personas en el período 2002-2012 (julio). Tambien hay un considerable número de incidentes. Si extrapoláramos a la minería el índice de siniestralidad mortal de pilotos de helicópteros, de 3,42 fallecidos de su colectivo de 525 personas, a los 8.800 mineros al día de hoy en España, tendríamos la inasumible cifra de 301 mineros en ese mismo período. ¿Sería digerible socialmente?. Seguro que no.
Bajar a la mina es después de la construcción la actividad que en algunas estadísticas se considera la más peligrosa. Los datos afirman que pilotar un helicóptero en España, al día de hoy es más peligroso que en cualquiera de los países de nuestro entorno, por encima de la minería y la construcción.
Bajar a la mina es extenuante llenando carretón tras carretón. En un incendio forestal se da el caso en el que se hacen hasta 30 cargas y descargas de agua en una hora, durante una jornada máxima legal de vuelo de 8 horas.
Según lo anterior, y salvando las distancias logicamente, pero encontrando por el camino todas estas similitudes descritas, ese "feeling social" debería ser compartido por la población con sus tripulaciones que salvan vidas, con sus jornaleros de aire que salvan bienes, cuando hay un incendio, reconociendo que la labor que llevan a cabo campaña a campaña dificilmente es recompensada por esa sociedad a la que tambien ellos sirven.
Quizás un buen camino para que las cosas cambien es seguir con el titular basado en una canción de Victor Jara (que perdió la lengua por cantar),que decía: "y aunque mi amo me mate a la mina no voy… yo no quiero morirme en un socabón. Cuando vuelvo de la mina, cansado del carretón, encuentro a mi negra triste, aaabandonada de Dios. ¿Por qué esto pregunto yo?".
Ojalá el magnetismo social que ejercen los mineros, lo tuvieran nuestros pilotos de los Trabajos Aéreos (en helicóptero u ala fija). Entonces ese poder establecido seguiría escuchando un grito desesperado cada vez que un minero, un piloto u otro cualquiera de los nuestros se va, pudiéndose haber evitado de alguna manera. Simplemente diciendo !no voy!, y con el respaldo social detrás cualquier represalia fuera inútil, liberándose de la opresión que supone dejar que las cosas sigan como hasta ahora.