Hace treinta años, si un hijo mío me hubiera sorprendido con tal disparo, me habría causado el gran disgusto de mi vida. No ocurrió así, pero así lo sentía entonces y ni remotamente pensé que tal sucediera, como que a ninguno de los míos le diera por ser torero, trapecista de circo o figura de ballet clásico. Pero, !cómo cambia el cuento!
Con el paso de los años – décadas que marcan cada historia personal a ritmo de capítulos diferenciados – ninguno fue trapecista, bailarín, ni torero. Sin embargo yo sí me encuentro hoy, al cabo de tanto tiempo, con capacidad de elegir y decidir la opción de dar un mortal y medio emocional. No tuve que colgarme del trapecio, vestirme de luces ni calzarme un tutú.
Pero la antigua animadversión que almacenaba contra todo lo que sonase a periodismo, fue amainando en una conciencia donde sosegar sentimientos de negación para sustituirlos por los conceptos amables que dictan la razón y el sentido común. Hasta tal punto que hoy, mi prioridad vocacional descansa aquí, en esta meditación en voz alta, y en las reflexiones que, como la presente, puedo compartir y divulgar a través de los medios de comunicación.
He descubierto así una verdadera razón de ser por la necesidad y obligación de trasmitir mi conocimiento y criterios a una opinión pública de la que yo formaba parte hace 30 años, y que entonces percibí desde una óptica de víctima por la mala praxis profesional de quienes asumieron el papel de verdugos impuesto por el poder institucional en una campaña de desprestigio demoledora contra un colectivo profesional del que entonces formaba parte.
Tal era el cúmulo de medias verdades, datos falsos, mentiras flagrantes, injurias, insultos y demás maldades que justificarían de sobra mi desprecio hacia quienes en aquel tiempo escribían impunemente al dictado del "amo". La decepción definitiva la recibí al descubrir casualmente que el redactor jefe de un periódico económico, tuvo el premio, por los servicios prestados, de unas vacaciones todo pagado con su familia, 15 días en Santo Domingo (concretamente en Playa Bávaro), !A cargo de la empresa en que yo trabajaba!
Creía tener motivos viscerales para tomar manía a los autores de tanta fechoría, máxime cuando al día de hoy, todavía prevalecen las secuelas de algunos tópicos que entonces se inocularon a una opinión pública incauta, desinformada y sin capacidad de criterio propio.
Una vez rescatado de mí mismo y de mis desvíos afectivos hacia la profesión que, en general, hoy admiro por la mayoría de personajes que la configuran, no voy a tener ahora la debilidad de reivindicar la veracidad de aquella perturbación informativa porque tal vez caería en lo mismo que aquí recrimino, sino que aprovecharé la lección recibida en negativo, y revelarla en el laboratorio de mi conciencia para dar forma a los principios morales y a la ética preconizada en el código deontológico de la práctica informativa en lo que se refiere, sobre todo, a la veracidad y a la libertad de expresión, ajustando el dictado a los Derechos Fundamentales de nuestra Constitución.
Claro, que los "presuntos" que tan abundantemente pululan por los bien "levantados" secretos sumariales, no vayan a solidarizarse con mis anteriores penurias, pues no es el mismo caso. Entonces, fuimos varios quienes sufrimos el denigrante acoso informativo. En cambio, ahora son los otros los que amordazan, compran o extorsionan a quienes intentan informar objetivamente y con veracidad. Esta anomalía social induce a valorar y a trabajar en favor de la entidad profesional de una mayoría de informadores, cuyos valores éticos prevalecen sobre el miedo y los intereses espurios de algunas instituciones y personajes con indicios de putrefacción que, además, alardean de la propia pestilencia.
También la Constitución define como Derecho Fundamental el de todo ciudadano a recibir "información veraz"… Seguiremos luchando por ello…
Santa Cruz de Tenerife a 7 de enero de 2012 bonzoc@hotmail.com