Una aeronave de transporte militar Hércules C-130 se ha convertido en heroica para los chilenos que ansían acudir en socorro de sus familiares o abandonar la zona devastada por el terremoto que hace una semana azotó al centro y sur del país. Cuarenta y ocho horas después del terremoto, la Fuerza Aérea de Chile inició un puente aéreo entre Santiago y Concepción, 515 kilómetros al sur de la capital, para llevar a los damnificados alimentos, agua y combustible.
Desde la capital de la región del Bío Bío, las provisiones se repartieron a las localidades cercanas, muchas de las cuales quedaron prácticamente destruidas por el terremoto o barridas por el posterior tsunami.
Cuarenta aeronaves -entre helicópteros, Hércules C-130, Boeing y aviones pequeños- trasladaron la ayuda internacional que comenzó a llegar apenas dos días después de la tragedia.
Pero la Fuerza Aérea no contaba con que cientos de personas necesitaban viajar con urgencia y no tenían cómo hacerlo, puesto que la terminal aérea de Concepción resultó severamente dañada pro el temblor.
Filas interminables de personas haciendo guardia en el aeropuerto con la vana esperanza de que en algún momento se reanudaran los vuelos comerciales hicieron necesario extender el puente aéreo a los pasajeros.
Y es así como el Hércules C-130 se convirtió en el "avión de la solidaridad".
Las aeronaves llegan a Concepción cargadas de alimentos, sistemas de comunicación y equipos médicos, y regresan a Santiago con medio centenar de pasajeros.
Dentro del avión, el personal de la Fuerza Aérea realizan las tareas que habitualmente desempeñan las azafatas de las líneas comerciales: instruye sobre cómo viajar en un Hércules, señaliza las vías de escape y como actuar en caso de una emergencia
"Cada día hacemos cuatro viajes. Es una satisfacción llevar alimentos a esta zona tan castigada por el terremoto, pero más satisfactorio aún resulta escuchar a los pasajeros como nos agradecen por llevarlos a bordo", explica a Efe el cabo Vladimir López.
En el avión militar se mezcla todo tipo de pasajeros: chilenos y extranjeros; periodistas y refugiados; bebés, adultos y hasta perros cuyos dueños se niegan a abandonar.
El rugido de los cuatro potentes motores del Hércules C-130 obliga a poner una inyección a los animales, para que no se asusten más de lo que ya están.