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Y después del MH370 ¿qué?

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Madrid, SP, 19 de marzo de 2014.- El misterio que rodea la enigmática desaparición del avión de Malaysia Airlines está generando no sólo ríos de tinta en los medios de comunicación de todo el planeta y opiniones y teorías para todos los gustos de expertos y legos en aviación y seguridad aérea, sino también desconfianza por parte de los usuarios y desazón por parte de los profesionales porque este suceso nos ha roto todos los esquemas.

A estas alturas de la película, prácticamente todo el orbe sabe que las posibilidades del control aéreo para mantener la vigilancia del tráfico mientras evoluciona en tierra o en vuelo con el fin de proporcionarle seguridad e información, pasan en general por la necesidad de que a bordo las tripulaciones mantengan activados una serie de sistemas que permitan a los aviones hacerse "visibles" en las pantallas radar. O que mediante enlaces de radio o vía satélite es posible enviar en tiempo real a la compañía aérea mediante telemetría datos relacionados con su funcionamiento y operación, entre otras cosas para vigilar el trabajo de los pilotos, o intercambiar mensajes de texto para recibir las autorizaciones de control en sustitución de los tradicionales mensajes de voz piloto- controlador, entre otros posibles usos.

Lamentablemente, todo el orbe también sabe hoy que toda esa tecnología no sirve de nada cuando alguien quiere que un avión desaparezca sin dejar rastro.

Con independencia de cómo acabe esta historia, que desde luego no va a ser tan bien como todos deseamos, ni tan mal como en un principio nos temíamos porque aquí parece que hay gato encerrado, resulta claro que las instituciones internacionales que trabajan en la Seguridad de la aviación, en sus dos vertientes: Safety & Security, estarán ya tomando buena nota de los hechos para modificar con premura las normas a fin de que algo similar no vuelva a suceder. Y mucho me temo, que es harto probable que el foco de atención va a ponerse en las cabinas de los aviones, y no precisamente en la tecnología, sino en el factor humano: los pilotos.

Vivimos en un mundo en el que pasar el control de seguridad de un aeropuerto con una mini navaja suiza en el llavero puede llevar al pasajero, no sólo a tener que desprenderse definitivamente de ella -todos recordamos las toneladas de !cortaúñas! que fueron requisadas en los aeropuertos tras los sucesos del 11S-, sino también a ser interrogado por el personal de seguridad mientras el incrédulo viajero teme perder su vuelo probablemente después de haber asumido con toda naturalidad, que si quiere viajar en avión tiene que medio desnudarse primero y hasta pasar por un escáner corporal con el temor de mostrarle al funcionario de turno "lo del día de la boda".

Digamos, en fin, que el usuario del transporte aéreo asume con cierto estoicismo y mucha paciencia todas esas molestias a cambio de poder viajar seguro. Pero si cuando despega su avión es secuestrado, va a preguntarse evidentemente para qué sirve tanto strip-tease.

Ahora supongamos que se demuestra que los pilotos del triple siete malasio están involucrados en la desaparición del avión y en el secuestro de los pasajeros. Eso ya sería harina de otro costal porque en ese caso, aparte de poner en evidencia un inadmisible fallo del sistema, las autoridades no tendrían más remedio que tomar medidas drásticas para que no se volviera a producir un hecho semejante en el futuro. Por lo que de confirmarse este supuesto, no cabe duda que la cabina de vuelo sería el lugar donde convergerían las miradas de todos y el destino de las acciones a adoptar.

Asistimos desde no hace mucho a la presión de la industria para conseguir que aeronaves sin piloto operen sin restricciones dentro de los espacios aéreos controlados mezcladas con aviones tripulados llenos de pasajeros, y personalmente he presentado serias objeciones al respecto ante las instituciones europeas responsables de la seguridad aérea.

Todos hemos visto en la noticias relatos de cómo aviones pilotados a distancia atraviesan el Océano Atlántico y Europa para realizar una misión de guerra en el teatro de operaciones afgano, pongamos por caso, para volver una vez cumplida la misión a su base tras haber repostado combustible en vuelo, realizado una travesía rutinaria de varios miles de kilómetros navegando por encima del tráfico aéreo comercial y aterrizar sin prácticamente asistencia humana en una pista reservada a actividades militares.

Aunque el principal handicap de esos aviones tiene que ver con la dificultad para detectar a otros en sus cercanías y así evitar una posible colisión, podría decirse que esa tecnología de vuelo autónomo y pilotaje remoto se encuentra en la actualidad con un nivel de madurez suficiente como para que pueda saltar prácticamente ya mismo a las cabinas de los aviones de transporte aéreo comercial. Antes era cuestión de tiempo y las compañías fabricantes permanecían expectantes a la espera de su perfeccionamiento y su oportuna regulación. Pero a raíz de la crisis que vivimos en la actualidad por obra y gracia de quienes hayan provocado la volatilización en pleno vuelo del triple siete, estoy por aventurar que las instituciones internacionales responsables de la seguridad van a promover su implantación mucho antes de lo previsto. De hecho, no me cabe la menor duda de que el mundo de la aviación que hemos conocido hasta ahora ya no va a ser el mismo cuando se aclare este raro suceso. Y si no se aclara, también.

Será un mundo en el que no sólo el piloto ya no podrá manejar con la libertad de hoy ciertos sistemas relacionados con la monitorización y el envío a tierra de las constantes vitales del avión y su situación sobre el globo, sino que probablemente también será liberado, le guste o no le guste, de la carga de pilotarlo en caso de que se produzca un problema grave a bordo para pasar a hacerlo alguien desde tierra o, lo que sería aún peor, al revés.

También va a ser un mundo en el que van a verse aumentados los niveles de seguridad para evitar definitivamente los secuestros, y probablemente también la mayoría de los accidentes aéreos. En definitiva, que a causa de todo este embrollo los pilotos van a ver desaparecer dentro de poco una nueva capa de su autonomía y responsabilidad profesional como garantes de la seguridad de los pasajeros. Y no les van a dejar quejarse.

Desde luego hay que hacer algo, porque de nada sirve que nos cacheen tres veces en el aeropuerto y nos arrebaten el cortaúñas, si luego alguien de la tripulación decide llevarse compañía al otro barrio, ya sea por enajenación mental o por una vil acción criminal. Sé que suena duro, pero es la realidad.

En 1990, el novelista Stephen King escribió una interesante novela titulada "Los Langoliers", cuyo argumento giraba en torno a un avión de pasajeros que se desvanecía en pleno vuelo tras atravesar un vórtice espacio-temporal que lo trasladaba al pasado.

Dando por hecho que el triple siete de Malaysia Airlines no ha sido engullido por un vórtice del espacio-tiempo, ni tampoco capturado por una nave nodriza alienígena, y dado que aún no se han encontrado indicios de que se haya estrellado, lo mejor que podemos hacer a la vista de los antecedentes terroristas del 11S es sospechar y activar cuanto antes a escala global la alerta por terrorismo, vaya a ser que el día menos pensado nos encontremos con una desagradable sorpresa en cualquier parte del globo, porque con depósitos de combustible internos adicionales ese avión podría dar sin problemas casi una vuelta completa a la Tierra sin necesidad de escalas; si un avión tan grande ha permanecido en vuelo durante varias horas en plena noche sin que haya tenido el menor problema con otros aviones, ni sido visto ni oído por absolutamente nadie, deberían ser razones suficientes para que estuviéramos muy preocupados. Con el 11S ya tuvimos bastante para una vida.

Ahora sólo falta ver cuántas vueltas de tuerca más se van a dar a la seguridad aérea. ¿Podemos esperar que las medidas dirigidas al usuario a partir de ahora se endurezcan aún más de lo asfixiantes que de por sí ya son? Probablemente sí. ¿Conviene hacerlo? Rotundamente no. Es hora de mirar en otra dirección y de tomar otras medidas más prácticas que den mejores resultados.

Del mismo modo que sucediera tras el ataque terrorista a las torres gemelas de Nueva York, el 11 de septiembre de 2001, no cabe la menor duda de que después de los hechos protagonizados por el MH370 de Malaysia Airlines y a la espera de acontecimientos, el mundo del transporte aéreo ya no va a volver a ser el mismo. Debemos reaccionar cuanto antes de forma adecuada y asumir con madurez lo que hay que hacer en favor de la seguridad del usuario del transporte aéreo, nuestra verdadera razón de ser.

Mientras llega ese momento recemos para que el avión sea encontrado a tiempo y los pasajeros hallados sanos y salvos.

Hasta entonces el mundo no dormirá tranquilo.

*Jorge Ontiveros es controlador aéreo, secretario de la asociación APCAE, miembro del Comité de expertos en seguridad de la navegación aérea de AESA y escritor.

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