El Aeroclub Llanera destaca la labor de la torre de control, que salvó la vida de los dos viajeros que desvió a Santander Pilotos asturianos achacan el siniestro de las dos avionetas al mal tiempo y a la inexperiencia en el instrumental de los cuatro polacos El pasado 6 de junio «no era día para volar en avioneta». Desde primera hora, los partes meteorológicos anunciaban «tormentas y poca visibilidad» en el Cantábrico, especialmente en Asturias y Galicia. Por ello, «a ningún piloto privado se le ocurriría salir». (Chelo Tuya/El Comercio)
Sin embargo, cinco polacos y un alemán no pensaron lo mismo que los miembros del Aeroclub Llanera. Los seis decidieron despegar en tres avionetas desde San Sebastián para viajar hasta Portugal. De ellos, cuatro –Janusmareh Zieniewicz, Jacek Olesinski, Stefan Marian Kurylowicz y Jacek Piotr Syropolski– perdieron la vida el lunes al estrellarse en Asturias las avionetas -una Cessna y una Cirrus- en las que viajaban. Sus dos compañeros salvaron la vida al ser desviados a Santander por la torre de control asturiana. Ese es el resumen que de la mayor tragedia aérea ocurrida en la región hacen desde el hermano pequeño del aeropuerto regional: el aeródromo de La Morgal.
Los miembros de la Escuela de Pilotos Llanera, parte clave del aeroclub, no quieren «hacer elucubraciones», ya que «aún no sabemos qué pasó», pero tienen claro que «la principal causa» de la tragedia fue el mal tiempo. No había visibilidad para operar en visual y parece evidente que ellos no estaban entrenados para utilizar el instrumental que tenían sus aviones». Así lo cree José Murias, presidente del Aeroclub Llanera, una afirmación que encuentra rápido eco en su jefe de instrucción, Manuel Pérez Gutiérrez, Guti. Con miles de horas de vuelo a sus espaldas, ambos dan por seguro de que «hubo una terrible combinación: el mal tiempo, la inexperiencia en el uso del instrumental y, sobre todo, el estrés de verse perdidos y sin visibilidad».
«Darse la vuelta, lo lógico»
Porque las avionetas, incluso con el mejor de los instrumentales, tienen limitada su operatividad a lo que se define como VFR, es decir, si no hay unos mínimos de visibilidad, no pueden volar. «Quizá en San Sebastián, al mediodía, cuando despegaron, estaba despejado, pero no deberían haberlo hecho, porque los partes ya indicaban lo que había», explica Guti. De hecho, Murias cree que «ya en Santander, cuando se encontraron con las primeras tormentas, deberían haber dado la vuelta. Es lo que te dice la lógica, pero ellos decidieron continuar». Y esa decisión se tradujo en que las tres avionetas, de última generación y con las mejores técnicas de navegación, se metieron de lleno en Asturias, «una región que no la tenían ni como aeropuerto alternativo, porque, de haberlo tenido, debería figurar en el plan de vuelo y no parece». Es decir, en la ruta establecida antes de volar, parte obligatorio y del que deben dejar constancia en el aeropuerto de salida, Asturias no entraba «por lo que es muy posible que no tuvieran toda la información necesaria sobre la región y, sobre todo, sobre el aeropuerto. Y eso les mató». Lo explica uno de los profesores de la escuela de Llanera, Tony Díaz, quien cree que «si hubieran sabido interpretar su instrumental, hubieran utilizado la radioayuda de La Carriona. Ella les hubiera llevado directamente al inicio de la pista 29, la que tiene las cabeceras reflectantes».
«Nadie aterriza a lo ancho»
Pero no fue así. Tras pasar «muy bajo por La Providencia», las avionetas intentaron seguir la costa para llegar al aeropuerto asturiano. Allí, tal y como adelantó EL COMERCIO, no recibieron autorización para aterrizar, «pero se comportaron como si hubieran declarado emergencia. O intentaron aterrizar y ése fue su error, o no sabemos qué hacían ahí». Porque todo apunta a que la Cessna, que guiaba a las otras dos, «no supo interpretar su GPS», de forma que se aproximó a la pista en diagonal «y nadie aterriza a lo ancho», lo que la llevó a chocar con el edificio de aulas, entre la torre de control y los tanques de queroseno. Perdida su guía, la Cirrus volvió a la senda de costa y «creyó que el aeropuerto estaba, como el de Santander, a ras de costa. Pero lo tenía 30 metros por encima». El bosque de Bayas fue su pista mortal. Tanto Guti como Murias y Díaz tienen claro que, a la tercera avioneta, «la salvaron los controladores asturianos». Al ordenarle dar la vuelta a Santander «evitaron dos muertes más». Los pilotos de La Morgal tienen completa confianza «en la torre asturiana. Sólo hay que ver lo rápido que dejaron libre el espacio aéreo después de haber sufrido una tragedia única en el mundo: dos accidentes aéreos en menos de un minuto». Es más, creen que «a nosotros, si con la meteorología del lunes se nos ocurre pedir pista no nos hubieran dejado despegar. Nos hubieran dicho 'pero adónde vais'. Eso está claro». Otros dos pilotos, Mario Pérez y Diego Cabezudo, confirman que «en Asturias nadie hubiera despegado». Cabezudo, arquitecto como dos de los fallecidos, Stefan Marian Kurylowicz -conocido como el 'padre' de la nueva Varsovia- y Jacek Piotr Syropolski, explica que «la primera vez que sobrevuelas Asturias te das cuenta de lo realmente montañosa que es. Aquí volar es una maravilla, pero también impresiona». Pese a lo ocurrido, la unanimidad es total «seguiremos volando».