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marzo, miércoles 22, 2023

Iñigo

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Iñigo V-1992

Hace unos días hizo su último vuelo Iñigo Zubiaga. Iñigo era colega de profesión y también era mi primo, pero antes que nada era mi amigo.

Iñigo murió tras estrellarse en un monte cercano a Monterrey, Orense, tratando de apagar con un avión dromedair uno de las decenas de incendios que arrasaban Galicia ese día. No podrá, pues, ver esto: http://www.youtube.com/watch?v=oFNs7CGNUEc , que estoy seguro de que le hubiera gustado. Así es como se despiden los Thunderbirds -la patrulla acrobática de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos- de sus colegas caídos.

El hecho de que Iñigo fuera la víctima Nº 18 en lo que va de año entre el personal que se dedica a apagar incendios desde el aire indica que algo va muy mal en ese gremio. Cuando pregunté a un antiguo piloto apaga-fuegos, experto en investigación de accidentes y que sigue de muy de cerca los accidentes de los apaga-fuegos, me dijo que si extrapoláramos la siniestralidad de estos pilotos por ejemplo al Cuerpo Nacional de Policía, y teniendo en cuenta el número de efectivos que componen ambos, llamaría mucho la atención a la opinión pública que ochocientos policías hubieran fallecido en lo que va de año en acto de servicio.

El Sindicato y el Colegio de Pilotos llevan muchos años clamando en el desierto y detrás del Ministerio de Fomento para tratar de averiguar qué es lo que está pasando ahí y parar la sangría. Pero se ve que aunque es un tema molesto también es muy poco conocido por el gran público… y no hay pérdida de votos detrás.

Así las cosas, a la familia le hubiera encantado que alguien les explique por qué dieciocho muertos, y algunas cosas más, cosa que no ocurrió. En cambio leyeron perplejos en El Faro de Vigo que la Ministra de Defensa se había acercado al tanatorio para darles el pésame. Tal cosa no ocurrió y al día de hoy la familia no tiene el gusto de conocer a la Sra. Ministra ni ha tenido noticias suyas. Y digo yo que si los políticos se quieren poner medallitas de buenismo lo menos que pueden hacer es currárselas un poco.

Dicho lo anterior, Iñigo era mi amigo desde los cuatro años, más o menos. Como a esa tierna edad era más malo que la tiña, se ganó el apodo de "Veneno", y la verdad es que el tío tenía su carácter y la chispa más bien corta, pero también, amigo incondicional de sus amigos, tenía un corazón que no le cabía en el pecho. Eso sí, si veía algo que era falso, injusto o abusivo, o que alguien se estaba pasando con él, con su familia o con sus amigos, era mucho mejor apartarse de su camino y/o emigrar, hacerse cirugía estética y refugiarse en la Amazonia.

Aunque Iñigo llevaba, como llevo yo, la aviación en sus genes, creo que nuestra relación cercana y el hecho de que le llevé a volar un par de veces algo tuvo que ver en que, ya talludito, decidiera dejarlo todo y hacerse piloto. Fue de un día para otro, él era así, que ante la sorpresa de todos y sin aviso previo dejó su pequeño negocio en Bilbao y se fue a Florida con una cartera de piloto y un par de libros que le regalé yo. Cuando obtuvo todos los títulos se volvió a España para convalidarlos y estuvo muy cerca de ingresar en una gran compañía de transporte, pero desgraciadamente, y aunque por muy poco, perdió ese tren.

No se desmoralizó ni se arrugó y siguió a lo suyo, que era volar. Iñigo era un currante nato, no conocía la pereza y no se le caían los anillos si tenia que ponerse el buzo para currar en un taller, cosa que le tocó hacer. El caso es que un año después de este giro copernicano en su vida Iñigo encontró trabajo de instructor de vuelo en la misma escuela donde había trabajado yo unos años antes. Y sus alumnos -estuve con varios de ellos en el funeral- le admiraban, pues era un excelente instructor.

Como todo lo que hacía lo hacía al 100%, escribió -quien lo hubiera dicho cuando estábamos en el cole- un libro magnífico: http://www.libreriagarmar.com/nav_mvvfr.html , un manual de vuelo que es toda una referencia en el mundo de la instrucción y que utilizó mi hijo hace poco para aprender a volar.

En esa época te podías encontrar tranquilamente en el pasillo de su casa las alas, el timón o el fuselaje del primer avión que se construyó con sus propias manos, un kit que se trajo de USA y que, después de poner uno a uno más de doce mil remaches, resultó ser un avión magnífico que tuve la suerte de poder probar con él. Me contaba que mucho más difícil que construir el avión fue lidiar con la burocracia -esto es España, no Estados Unidos, y al Estado le encanta protegernos de nosotros mismos- y conseguir la bendición de las "autoridades" aeronáuticas para poder matricular un avión clasificado como "experimental" y despegar con él. Pero Iñigo era una apisonadora, un tanque, y no había obstáculos suficientemente sólidos para él si se proponía derribarlos.

En otro arrebato de los suyos se escapó con un socio a Lituania y se trajo de allí un Yak 55, avión acrobático de entrenamiento que había pertenecido a las fuerzas aéreas de la antigua URSS. Iñigo se hizo un montón de horas de acrobacia con Vitas Lapenas, piloto lituano que, a pesar de haber perdido una pierna y una mano en un accidente, fue un magnifico entrenador del Equipo Nacional de Vuelo Acrobático. Poco tiempo después Iñigo me hizo una demostración de sus habilidades acrobáticas, desde luego mucho mejores que las mías (yo era un autodidacta), sobre el aeropuerto de Sondica y en el día que celebrábamos el homenaje del Real Aero Club de Vizcaya a nuestro abuelo, fundador del Aero Club y pionero de la aviación vasca, Don Manuel Zubiaga. Sólo añadiré que Iñigo volaba muy bien y que mi mayor aportación como tripulante en ese vuelo fue que conseguí no vomitar -aunque me faltó muy poco- y bajarme del avión yo solito.

PZL EC  220 YO

En otro cruce de cables Iñigo decidió cambiar de tercio, cogió el petate, se fue a vivir a Andalucía y cambió la instrucción por la fumigación aérea. Unos años más tarde cambió la fumigación por la extinción de incendios, profesión aún más peliaguda que la anterior, si cabe. Iñigo sabía perfectamente en qué estaba metido y que había muchas cosas que no le gustaban, sin embargo él quería volar y le gustaba su trabajo y también sabía que con casi cinco mil pilotos españoles en el paro no podía protestar demasiado. Con su formación y con su entrenamiento acrobático estaba tan capacitado como el que más para hacer ese trabajo, y lo hacía muy bien. Poco antes de su accidente avisó al colega que venía detrás con otro avión de que había visto, de milagro, un tendido eléctrico, cosa que le salvó la vida a su colega. Desgraciadamente él la perdió unas horas después.

En fin, que si consiguiéramos olvidar por un momento el drama humano de su pérdida, para alguien a quien lo que más le gustaba era volar no es la peor manera de abandonar este mundo.

Iñigo deja detrás una mujer, Elsa, y un hijo de ocho años, Álvaro, que le adoraban.

Este es el mail que me envió hace un par de meses, nada más probar el segundo avión que se hizo con sus propias manos, una preciosidad que casi no tuvo tiempo de disfrutar. Abran el link y disfrútenlo, vale la pena:

Hola Quique, tengo ya el avión volando. Mira que gozada: http://youtube/a8glW3MM5Xg
Tienes fotos en mi facebook
Un abrazo,
Iñigo

Adiós, Veneno. Estés donde estés, que tengas buenos vuelos, te echaremos de menos.

Fuente: Blog de Enrique Zubiaga "Hablando en Plata"

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